miércoles, 23 de diciembre de 2020

La voluntad de Dios

Ef. 1:4-5 - Según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él en amor, predestinándonos para filiación por medio de Jesucristo para Sí mismo, según el beneplácito de Su voluntad. Dios nos predestinó para filiación según el beneplácito de Su voluntad, que es Su propósito. Esto revela que Dios tiene una voluntad, en la cual se halla Su beneplácito. Dios nos predestinó para que fuésemos Sus hijos conforme a este beneplácito, conforme al deseo de Su corazón. En Efesios 1:4 vemos que Dios nos escogió para que fuésemos santos. Sin embargo, esto es sólo el procedimiento, no la meta. La meta es la filiación. Fuimos predestinados para filiación. En otras palabras, Dios nos escogió para que fuésemos santos con miras a que fuésemos Sus hijos. Por tanto, ser santos es el proceso, el procedimiento, mientras que ser hijos de Dios es la meta. Dios no desea simplemente conseguir un grupo de personas santas; Él desea obtener muchos hijos. Ser santos significa mezclarnos con Dios. Dios nos santifica agregándose Él mismo a nosotros y mezclándonos con Su naturaleza. Éste es un asunto de naturaleza, es decir, trata de que nuestra naturaleza sea transformada por la Suya. Nosotros nacimos humanos, naturales, pero Dios quiere que seamos divinos. Esto sólo se logra si la naturaleza divina se añade a nuestro ser y se mezcla con él. Es así como Dios nos hace personas santas. Por consiguiente, la santificación es un procedimiento que transforma nuestra naturaleza. Sin embargo, ésta no es la meta. La meta está relacionada con que seamos formados o moldeados. Es por eso que además de que Dios nos escoja para que seamos santos, es necesario que Él nos predestine para que seamos Sus hijos. Ser santos tiene que ver con nuestra naturaleza, mientras que ser hijos tiene que ver con ser formados [Ef. 1:5]. Los hijos de Dios son personas configuradas a una forma o figura específica. Aunque muchos de ellos creen en el Señor Jesús y han sido lavados con la sangre y regenerados por el Espíritu, siguen siendo mundanos y comunes y no manifiestan ninguna señal de santidad en su vivir. Son absolutamente idénticos a sus vecinos, amigos y parientes; con todo, hablan de ser la iglesia. ¡Qué vergüenza para Dios, y qué vergüenza para la iglesia! La iglesia está constituida como un pueblo colectivo que ha sido apartado para Dios, saturado con Su naturaleza divina y totalmente santificado para vivir como hijos de Dios. Ciertamente, la iglesia no debe ser un grupo de cristianos mundanos que viven como hijos de pecadores. Es vergonzoso decir que tal grupo sea la iglesia. Cuando creímos en el Señor Jesús y fuimos regenerados, el Espíritu de Dios en calidad del Espíritu del Hijo de Dios entró en nosotros … Antes de ser regenerados, cuando mucho podíamos decir: “Oh Dios mío, ayúdame”; pero después de ser salvos, espontáneamente empezamos a clamar, con un sentimiento tierno e íntimo: “Oh Abba Padre”. Fuimos predestinados para filiación no sólo mediante el Espíritu del Hijo de Dios, sino también en la vida del Hijo de Dios … Poseemos la propia vida del Hijo de Dios [cfr. 1 Jn. 5:12] … Poseemos dos seres: el primero es nuestro ser natural, que nació de nuestros padres, y el segundo es nuestro ser espiritual, que nació de Dios … En conformidad con nuestro segundo ser, no solamente tenemos al Espíritu, que se mueve y obra dentro de nosotros, sino también la vida, la cual ha llegado a ser nuestro propio … ser espiritual. En ocasiones no sólo nos rebelamos contra el Espíritu, sino también contra nosotros mismos, contra nuestro ser. Ya que la vida que hay en todo niño rechaza lo amargo, no es necesario establecer reglamentos con relación a lo amargo. Además de tener al Espíritu del Hijo de Dios, tenemos la vida del Hijo de Dios. Si gustamos algo que sea “amargo” para la vida del Hijo, no podremos fingir que estamos contentos. Si lo hiciéramos, en lo profundo de nuestro ser no estaremos contentos, porque sabemos que estamos actuando en contra de la vida del Hijo de Dios. Si clamamos: “Abba, Padre”, y vivimos conforme a la vida del Hijo de Dios, tendremos gozo en lo más recóndito de nuestro ser. De hecho, todo nuestro ser estará lleno de regocijo. LA VOLUNTAD DE DIOS.