lunes, 19 de noviembre de 2018

Por tanto, no nos desanimamos

2 Co. 4:16
Por tanto, no nos desanimamos; antes aunque nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obs­tante se renueva de día en día.
5:15
Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquel que murió por ellos y resucitó.

Nuestro espíritu humano regenerado no sólo es un órgano con el cual conocemos la supereminente grandeza del poder de Dios, sino que también es el hombre interior junto con el Cristo que mora en noso­tros como su persona. Necesitamos vivir en nuestro espíritu, el hombre interior, al tomar a Cristo como nuestra persona. Deberíamos ser fortalecidos en nuestro hombre interior para que Cristo haga Su hogar en nuestro corazón, y deberíamos tomar a Cristo no sólo como nuestra vida y poder, sino también como nuestra persona.
Necesitamos tomar a Cristo como nuestra persona. Nuestra pa­sada persona, nuestro yo, estaba en nuestra alma, pero nuestra nueva persona, Cristo, está en nuestro espíritu. Por consiguiente, necesitamos negar nuestro yo, nuestra vieja persona, y tomar a Cristo como nuestra nueva persona. A fin de tomar a Cristo como nuestra per­sona, debemos dejar nuestro yo a un lado.
En nuestro hombre interior, que es nuestro espíritu regenerado, tenemos a Cristo no sólo como nuestra vida, sino también como nuestra persona. En Gálatas 2:20 Pablo dice: “Con Cristo estoy jun­tamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Como creyentes que somos, tenemos tanto el “yo” (el ego), nuestra pasada persona, como a Cristo, nuestra nueva persona. El “yo” se encuentra en nuestra alma, pero Cristo se encuentra en nuestro espíritu. El “yo” es la persona del hombre exterior, el viejo hombre, pero Cristo es la persona del hombre interior, el nuevo hombre. Hay dos personas en nuestro interior: el “yo” y Cristo. El “yo”, nuestra pasada persona, ha sido crucificado (Ro. 6:6), y Cristo, nuestra nueva per­sona, vive en nosotros. Ya no vivo “yo”, mas Cristo.
Muchos cristianos saben que Cristo es nuestro poder y nuestra vida, pero pocos se percatan de que Él también es nuestra persona. Cristo no sólo es la realidad de todos los atributos divinos, sino que también es la persona de nuestro hombre interior. Como creyentes regenerados, tenemos a Cristo mismo en nosotros como nuestra persona. Carecemos del lenguaje, de las palabras adecua­das, para explicar este misterio maravilloso y profundo.
Necesitamos ver la diferencia que existe entre la vida y una per­sona. Mientras que la vida es el medio por el cual vivimos, una persona es un ser viviente que tiene un propósito, un objetivo, una elección y una preferencia. No sólo deberíamos vivir por Cristo como nuestra vida, sino también tomarle como nuestra persona. A fin de tomar a Cristo como nuestra persona, necesitamos negar nuestro propósito, objetivo y preferencia y tomar Su propósito, objetivo y preferencia.
Necesitamos tomar a Cristo como nuestra persona en nuestro andar diario. Si nuestra intención es ir a una tienda por departamentos para comprar ciertos artículos, nuestro enfoque principal no debería ser si lo que compramos es según la voluntad del Señor, sino más bien quién hace la compra, es decir, si es el yo quien com­pra o es Cristo … Cuando estemos a punto de comprar cierto asunto, deberíamos orar: “Señor, eres mi persona. ¿Comprarías Tú esto?…”. Si tomamos a Cristo como nuestra persona en el asunto práctico de ir de compras, podremos declarar con seguridad: “No soy yo quien compra, sino Cristo”.
Cristo, quien es nuestra persona, tiene por finalidad la vida de iglesia. Deberíamos permitir que Cristo viva en nosotros y haga Su hogar en nuestro corazón de modo que podamos ser llenos hasta toda la plenitud de Dios a fin de ser la manifestación práctica de la iglesia, el Cuerpo de Cristo (Ef. 1:22-23; 3:19). Deberíamos vivir en el hombre interior al tomar a Cristo como nuestra persona a fin de que poda­mos tener una vida de iglesia apropiada, viviente y rica. Si llevamos una vida diaria en la que tomamos a Cristo como nuestra persona, nos congregaremos en las reuniones no sólo con Cristo, sino también en calidad del Cristo corporativo (1 Co. 12:12). En tales reuniones rendiremos verdadera adoración al Padre, adorándolo en nuestro espíritu y con Cristo como la realidad divina (Jn. 4:24). Que el Señor abra nuestros ojos para ver que necesitamos ser fortalecidos en nues­tro hombre interior a fin de que Cristo haga Su hogar en nuestro corazón. Si Cristo toma plena posesión de nuestro ser, lo disfrutare­mos como todo en la iglesia, y produciremos el aspecto práctico de la iglesia como nuevo hombre, donde Cristo lo es todo, y en todos.
(Col. 3:10-11

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