lunes, 19 de noviembre de 2018

Para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones por medio de la fe,

Ef.3:17
Para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones por medio de la fe, a fin de que, arraigados y cimentados en amor.
21
A Él sea gloria en la iglesia y en Cristo Jesús, en todas las generaciones por los siglos de los siglos. Amén.

Cuando Cristo está en nuestro espíritu, Él es nuestra vida, pero cuando Cristo se propaga a nuestro corazón, Él llega a ser nuestra persona. Debemos tomar a Cristo no solamente como vida en nuestro espíritu, sino también como persona en nuestro corazón.
Si tomamos a Cristo como nuestra persona permitiéndole que se propague en nuestro corazón, la persona que viva en nuestro corazón no será el yo, sino Cristo (Gá. 2:20). En términos prácticos, nues­tro corazón debe convertirse en el hogar de Cristo. Él tiene que poder vivir en nosotros y arraigarse en nosotros. Él, no el yo, tiene que ser quien ocupe nuestro corazón. La pregunta crucial es quién vive en nuestro corazón y quién es la persona que establece su residencia en nuestro corazón. Siempre y cuando seamos nosotros la persona que continúa viviendo en nuestro corazón, nuestro corazón es el hogar del yo, y no de Cristo. Por esta razón debemos orar por nosotros mismos y por los demás a fin de tener la realidad de tomar a Cristo como nuestra persona en nuestro diario vivir.
Todo cuanto hagamos debemos hacerlo no regidos por nuestro yo, sino por Cristo. Sus gustos y preferencias deben convertirse en los nuestros. Entonces Cristo no solamente será nuestra vida, sino también nuestra persona. El Señor entonces se expandirá en nues­tro corazón, tomará posesión de nuestro corazón y hará Su hogar en nuestro corazón plenamente. A la postre, Él saturará todo nues­tro ser consigo mismo, y ya no viviremos regidos por el yo, sino por Cristo.
Si queremos llevar la vida de iglesia pero no tomamos a Cristo como nuestra persona, nunca podremos ser compenetrados junta­mente con otros, puesto que todos somos diferentes según nuestra naturaleza. Cada uno de nosotros tiene sus propios gustos y preferencias. Es posible que experimentemos el poder de resurrec­ción de Cristo cuando estamos solos, pero cuando venimos al salón de reunión nuestros gustos y preferencias fácilmente pueden surgir en nuestro interior. Podríamos experimentar el poder de resurrec­ción antes de venir al salón de reunión, pero cuando se nos pide que limpiemos las sillas de forma específica, esto fácilmente nos puede molestar … No es posible tener la vida de iglesia cuando per­mitimos que nuestro viejo hombre sea nuestra persona. Aquellos que quieren tener la vidade iglesia deben negar la vida de su alma, su yo, su viejo hombre. Todos deberíamos cubrir nuestras cabezas y tomar a Cristo como nuestra persona.
Cristo, quien es una persona viviente, es el contenido y la realidad de la vida de iglesia. A menos que vivamos por Cristo como nuestra persona, seguiremos siendo personas naturales, aquellos que viven según su constitución natural, su cultura racial, su carácter nacional o su trasfondo religioso. Sin embargo, si tomamos a Cristo como nuestra persona, Él hará Su hogar en nuestro corazón, se extenderá en nosotros y ocupará todo nuestro ser interior. Como resultado de esto, seremos constituidos de Cristo y de ese modo viviremos en la vida de iglesia de forma práctica.
La iglesia hoy en día es el nuevo hombre, y la persona de este nuevo hombre es Cristo mismo. Todos nosotros debemos tomarlo como nues­tra persona. En Su persona tendremos la vida de iglesia.
No sólo deberíamos conocer la iglesia como el Cuerpo, sino que también deberíamos dar un paso adicional para ver la iglesia como nuevo hombre, y al Señor como la persona del nuevo hombre. Cuando alcancemos este punto, seremos arraigados y cimentados en el amor del Señor y seremos capaces de aprehender con todos los san­tos la anchura, la longitud, la altura y la profundidad de Cristo (Ef. 3:17-18). En este momento también conoceremos la dulzura de Su amor, que sobrepasa todo conocimiento, y seremos llenos hasta la plenitud de Dios (v. 19). Por consiguiente, nos despojamos del viejo hombre y nos vestimos del nuevo hombre cada día (4:22-24). Este nuevo hombre es la vida de iglesia.

Por tanto, no nos desanimamos

2 Co. 4:16
Por tanto, no nos desanimamos; antes aunque nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obs­tante se renueva de día en día.
5:15
Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquel que murió por ellos y resucitó.

Nuestro espíritu humano regenerado no sólo es un órgano con el cual conocemos la supereminente grandeza del poder de Dios, sino que también es el hombre interior junto con el Cristo que mora en noso­tros como su persona. Necesitamos vivir en nuestro espíritu, el hombre interior, al tomar a Cristo como nuestra persona. Deberíamos ser fortalecidos en nuestro hombre interior para que Cristo haga Su hogar en nuestro corazón, y deberíamos tomar a Cristo no sólo como nuestra vida y poder, sino también como nuestra persona.
Necesitamos tomar a Cristo como nuestra persona. Nuestra pa­sada persona, nuestro yo, estaba en nuestra alma, pero nuestra nueva persona, Cristo, está en nuestro espíritu. Por consiguiente, necesitamos negar nuestro yo, nuestra vieja persona, y tomar a Cristo como nuestra nueva persona. A fin de tomar a Cristo como nuestra per­sona, debemos dejar nuestro yo a un lado.
En nuestro hombre interior, que es nuestro espíritu regenerado, tenemos a Cristo no sólo como nuestra vida, sino también como nuestra persona. En Gálatas 2:20 Pablo dice: “Con Cristo estoy jun­tamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Como creyentes que somos, tenemos tanto el “yo” (el ego), nuestra pasada persona, como a Cristo, nuestra nueva persona. El “yo” se encuentra en nuestra alma, pero Cristo se encuentra en nuestro espíritu. El “yo” es la persona del hombre exterior, el viejo hombre, pero Cristo es la persona del hombre interior, el nuevo hombre. Hay dos personas en nuestro interior: el “yo” y Cristo. El “yo”, nuestra pasada persona, ha sido crucificado (Ro. 6:6), y Cristo, nuestra nueva per­sona, vive en nosotros. Ya no vivo “yo”, mas Cristo.
Muchos cristianos saben que Cristo es nuestro poder y nuestra vida, pero pocos se percatan de que Él también es nuestra persona. Cristo no sólo es la realidad de todos los atributos divinos, sino que también es la persona de nuestro hombre interior. Como creyentes regenerados, tenemos a Cristo mismo en nosotros como nuestra persona. Carecemos del lenguaje, de las palabras adecua­das, para explicar este misterio maravilloso y profundo.
Necesitamos ver la diferencia que existe entre la vida y una per­sona. Mientras que la vida es el medio por el cual vivimos, una persona es un ser viviente que tiene un propósito, un objetivo, una elección y una preferencia. No sólo deberíamos vivir por Cristo como nuestra vida, sino también tomarle como nuestra persona. A fin de tomar a Cristo como nuestra persona, necesitamos negar nuestro propósito, objetivo y preferencia y tomar Su propósito, objetivo y preferencia.
Necesitamos tomar a Cristo como nuestra persona en nuestro andar diario. Si nuestra intención es ir a una tienda por departamentos para comprar ciertos artículos, nuestro enfoque principal no debería ser si lo que compramos es según la voluntad del Señor, sino más bien quién hace la compra, es decir, si es el yo quien com­pra o es Cristo … Cuando estemos a punto de comprar cierto asunto, deberíamos orar: “Señor, eres mi persona. ¿Comprarías Tú esto?…”. Si tomamos a Cristo como nuestra persona en el asunto práctico de ir de compras, podremos declarar con seguridad: “No soy yo quien compra, sino Cristo”.
Cristo, quien es nuestra persona, tiene por finalidad la vida de iglesia. Deberíamos permitir que Cristo viva en nosotros y haga Su hogar en nuestro corazón de modo que podamos ser llenos hasta toda la plenitud de Dios a fin de ser la manifestación práctica de la iglesia, el Cuerpo de Cristo (Ef. 1:22-23; 3:19). Deberíamos vivir en el hombre interior al tomar a Cristo como nuestra persona a fin de que poda­mos tener una vida de iglesia apropiada, viviente y rica. Si llevamos una vida diaria en la que tomamos a Cristo como nuestra persona, nos congregaremos en las reuniones no sólo con Cristo, sino también en calidad del Cristo corporativo (1 Co. 12:12). En tales reuniones rendiremos verdadera adoración al Padre, adorándolo en nuestro espíritu y con Cristo como la realidad divina (Jn. 4:24). Que el Señor abra nuestros ojos para ver que necesitamos ser fortalecidos en nues­tro hombre interior a fin de que Cristo haga Su hogar en nuestro corazón. Si Cristo toma plena posesión de nuestro ser, lo disfrutare­mos como todo en la iglesia, y produciremos el aspecto práctico de la iglesia como nuevo hombre, donde Cristo lo es todo, y en todos.
(Col. 3:10-11

Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, Mi palabra guardará

Jn. 14:23
Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él.
Col. 3:11
Donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos.

Dios nos hace igual a Él al impartirnos Su vida y Su naturaleza. En 2 Pedro 1:4 leemos que hemos llegado a ser “participantes de la naturaleza divina”. Juan 1:12-13 dice que hemos nacido, hemos sido regenerados, de Dios con Su vida.
Hemos nacido de Dios y hoy en día, por tener Su vida y Su natu­raleza, somos parcialmente como Él. Un día, cuando Él venga, sere­mos semejantes a Él plena y completamente.
Era maravilloso que David fuese un hombre conforme al corazón de Dios, pero no era suficiente. Dios desea que podamos testificar: “Yo no soy solamente una persona conforme al corazón de Dios. Yo soy Dios en vida y en naturaleza, mas no en la Deidad”. Por una parte, el Nuevo Testamento revela que la Deidad es única y que sólo Dios, Aquel quien únicamente tiene la Deidad, debe ser adorado. Por otra, el Nuevo Testamento revela que nosotros, los creyentes en Cristo, poseemos la vida y la naturaleza de Dios y que estamos llegando a ser Dios en vida y en naturaleza, mas nunca compartiremos Su Deidad.
 [En 2 Samuel 7] David quería edificar una casa de cedro para Dios, pero Dios, en Cristo, quería edificar Su mismo ser en David. Lo que Dios edificaría en David sería tanto la casa de Dios como la casa de David.
Es menester que nos demos cuenta de que Dios obtiene Su habitación, no por nuestras propias obras, sino porque Él la edifica. Cristo edifica la iglesia (Mt. 16:18) al entrar en nuestro espíritu y extenderse de ahí a nuestra mente, parte emotiva y voluntad, a fin de ocupar nuestra alma completamente. Entonces la iglesia se convierte tanto en la habitación de Dios como en la nuestra. Esto es lo que necesitamos, y esto mismo deseamos recalcar.
No es necesario que edifiquemos nada para Dios. Más bien, lo que Dios en Cristo desea es forjarse dentro de nosotros como vida, naturaleza y esencia. Finalmente, el Dios Triuno llegará a ser nuestra constitución intrínseca. Seremos constituidos con el Dios Triuno. Esto será la descendencia de David y el Hijo de Dios, algo divino y humano que satisfará la necesidad de Dios y la nuestra de tener una morada mutua. La Nueva Jerusalén es la consumación de esta morada mutua, y todos estaremos allí.
En 2 Samuel 7 se nos revela una profecía por medio de la tipología, en la cual vemos que no necesitamos edificar algo para Dios. Sencillamente no tenemos la capacidad para ello. No podemos edificar nada para Dios con nuestros propios esfuerzos ni con nuestro conocimiento bíblico o teológico. Lo que necesitamos es que Dios edifique a Cristo en nuestra constitución intrínseca para que todo nuestro ser sea reconstituido con Cristo. Como resul­tado, no sólo producirá un cambio en nosotros, sino que nos transformará de una clase de persona a otra.
Ahora entendemos que 2 Samuel 7 indica sencillamente que Dios no necesita que edifiquemos algo para Él. Nosotros no somos nada, ni tenemos nada, ni podemos hacer nada. Por consiguiente, necesitamos que Cristo se forje en nuestro ser.
A estas alturas debemos definir una vez más la economía de Dios. La economía de Dios consiste en que Dios, en Cristo como Su corporificación, se forje en nosotros. Cristo pasó por la muerte y la resurrección, y por medio de éstas llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Ahora debemos permitir que Dios forje a Cristo como Espíritu en cada parte de nuestro ser. Cuanto más se lo permitamos, más podremos afirmar: “Para mí el vivir es Cristo”,­ y “con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Fil. 1:21; Gá. 2:20).

Porque Dios es el que en vosotros realiza así el querer como el hacer

Fil. 2:13
Porque Dios es el que en vosotros realiza así el querer como el hacer, por Su beneplácito.
Gá. 4:19
Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros.

La economía de Dios gira en torno a una sola cosa: la obra única de Dios. La obra única que Dios ha llevado a cabo en el universo y a lo largo de todas las eras y generaciones, es la de forjarse en Cristo dentro de Su pueblo escogido, haciéndose uno con ellos. Esto implica la mezcla de la divinidad con la humanidad.
A fin de forjarse en nosotros, Dios se hizo hombre y llevó una vida humana sobre la tierra. Luego, pasó por la muerte y entró en resurrección y ascensión, llegando a ser el Espíritu consumado y vivificante, listo para entrar en nosotros. Cuando entró en nosotros, Él regeneró nuestro espíritu. Ahora Él opera en nosotros a fin de aumentarse en nosotros y edificarse en nuestro ser.
Tengo la carga de hablar de la intención que Dios tiene de edificar Su mismo ser en nosotros, lo cual realiza en Cristo. Dios no desea principalmente hacer cosas por nosotros, sino forjarse en nuestro ser.
Aunque Dios no está limitado por el tiempo, Él ha —en el curso del tiempo, gradualmente y poco a poco— liberado Su revelación al hombre.
Dios no se edifica en Sí mismo, sino en el hombre, e incluso no sólo en el hombre, sino dentro del hombre. Esto es una obra de edificación en la que Dios en Cristo se constituye en el hombre.
La intención de Dios es que Cristo sea forjado completamente en su ser, pero a usted en su búsqueda espiritual no le interesa eso en absoluto. Esto indica que en su búsqueda espiritual usted va en dirección contraria, pues únicamente tiene en cuenta su pro­pia intención … Siento la carga de que la mayoría de los santos en el Cuerpo del Señor no ha visto [este asunto de la intención de Dios].
Dios no tiene intención de que meramente prediquemos el evan­gelio o que administremos una iglesia. La intención de Dios es for­jarse en nosotros cuando predicamos el evangelio y administramos la iglesia. Su intención es llegar a ser nuestros elementos intrín­secos … Al hacer esto, mata dos pájaros con una sola piedra … Él puede llevar a cabo la obra, propagar el evangelio y cuidar de la iglesia por medio de nosotros. Al mismo tiempo, mediante estas obras, Él se puede añadir a nosotros. Dios no tiene intención de corregir nuestros errores. Su única intención es forjarse en nosotros y llenarnos de manera que, día tras día, … Él llegue a madurar en nosotros.
Espero que no tomen mis palabras como una mera enseñanza. Les estoy mostrando algo aquí. Les estoy señalando un camino. No tengo la expectativa de que estas palabras les proporcionen entusiasmo o estímulo alguno. Mi única esperanza es que aquellos que tienen un corazón para el Señor reciban la bendición aquí.
Si leemos todo el Antiguo y el Nuevo Testamento, veremos que Dios tiene un propósito específico en el hombre. Ya sea al crear al hombre o al redimirlo, Dios desea alcanzar este propósito. Este propósito puede ser considerado como el centro del universo. Si el hombre no se encuentra con este propósito mientras vive en la tierra, se sentirá vacío. Incluso un cristiano que no vea este propósito sentirá que su vida carece de significado. Por medio de Su palabra, Dios nos ha mostrado de muchas maneras cuál es este propósito. El propósito de Dios consiste en forjarse en el hombre. Al final de Apocalipsis se nos dice que en el cielo nuevo y la tierra nueva, cuando la obra de Dios haya sido completada, Él se habrá forjado completamente en el hombre. Para ese entonces, Dios estará plenamente en el hombre y el hombre estará plenamente en Dios. Dios y el hombre llegarán a ser una sola entidad. Podríamos pensar que estábamos destinados a la perdición y al infierno. Después de ser salvos quizás pensemos que ahora, por ser personas salvas, estamos satisfechos siempre y cuando podamos ir al cielo. Sin embargo, éste no es el propósito más elevado de Dios, Su má­ximo propósito. El propósito más elevado de Dios, Su máximo propósito, consiste en forjarse en el hombre.

Tus óleos de unción tienen fragancia agradable

Cnt. 1:3-4
Tus óleos de unción tienen fragancia agradable; tu nombre es como ungüento derramado; por eso las vírgenes te aman. Atráeme; y en pos de ti correremos … nos alegraremos y nos regocijaremos en ti; ensalzaremos tus amores más que el vino. Con razón te aman [heb.].
Ef. 3:17
Para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones por medio de la fe, a fin de que, arraigados y cimentados en amor.

Debido a Tu misma persona (el ungüento) y Tu nombre (el ungüento derramado), las vírgenes te aman. Ellas te aman por Tu misma persona y Tu nombre. No podemos amar una obra ni tampoco un poder. Solamente podemos amar a una persona, a alguien que tiene personalidad. Te amamos y somos atraídos por Tu misma persona y Tu nombre. Aunque no hemos percibido Tu olor en su totalidad, lo que hemos percibido es suficiente para amarte. La revelación de la persona del Señor no solamente provoca la adoración por parte del hombre sino también el amor. El amor al Señor surge en cada uno de nosotros cuando tenemos una visión de Su persona.
Después de que leemos el libro de Efesios, vemos la relación que existe entre el “primer amor” y “las primeras obras” [Ap. 2:4-5]: “Sino que asidos a la verdad en amor, crezcamos en todo en Aquel que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor” (Ef. 4:15-16) ... “Las primeras obras” no son aquellas que los hombres elogian o observan. Son obras realizadas en secreto, como aquéllas que realizan “las coyunturas”. Las obras que el Señor considera preciosas no son aquellas que poseen grandeza o importancia externamente, sino aquellas que en realidad edifican el Cuerpo de Cristo “en amor”. Ésta es la obra verdaderamente eficaz. Si el amor no es nuestra motivación, nuestras obras no son las obras de amor. Es debido a que el amor del Señor Jesús está presente que toda obra realizada llega a ser una obra que edifica la iglesia, por lo cual se producirá el correspondiente acoplamiento y entrelazamiento armonioso y no habrá disensión alguna producida por las diversas opiniones. Aunque la iglesia en la actualidad ha dejado su primer amor y no ha hecho sus primeras obras, nosotros todavía podemos ser unidos a la Cabeza y crecer en todo en Él, de quien recibiremos el suministro y la fortaleza. Todos los que han recibido el poder del amor de parte de la Cabeza pueden hacer las “primeras obras”. En estos días vemos la desolación de la iglesia. Tanto el primer amor como las primeras obras se han desaparecido por completo. Éste es el momento en que debemos postrarnos ante Dios, humillarnos a nosotros mismos y confesar nuestros pecados. El Señor nos llama al arrepentimiento. La puerta de la gracia aún está abierta de par en par. Debemos acercarnos rápidamente. Damos gracias al Señor, porque Él nos ha mostrado que muchos santos están dispuestos a dejar todas las organizaciones y también están dispuestos no solo a asirse al primer amor, sino también a avivar las primeras obras … ¿Cómo pudo la iglesia haber caído tan bajo? Pablo se percató del peligro que acechaba a los efesios desde el principio. Por tanto, él elevó la oración que se menciona en Efesios 3:14-19. Es fácil para un cristiano amar al Señor durante un instante … Me temo que muchos de los que amaban al ­Señor hace apenas unos cuantos años, gradualmente se hayan enfriado … En la oración de Pablo se nos da la razón de ello: “Para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones por medio de la fe, a fin de que, arraigados y cimentados en amor” (v. 17). Todo aquello que carece de cimientos no durará para siempre. Si nuestro amor es como un árbol con sus correspondientes raíces o como una casa con su respectivo cimiento, entonces este amor siempre será el “primer amor” … [La raíz y el cimiento es] Cristo, quien hace “Su hogar en vuestros corazones”. Es por esto que nuestro amor está debidamente arraigado y cimentado. El mayor peligro que corremos es tener mucho conocimiento espiritual sin experimentar el hecho de que Cristo vive en nuestros corazones … [Los efesios] habían recibido el amor de Dios (1:5-8), pero este amor no había sido arraigado ni cimentado en sus corazones. Por consiguiente, Pablo oró por ellos.