lunes, 19 de noviembre de 2018

Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, Mi palabra guardará

Jn. 14:23
Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él.
Col. 3:11
Donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos.

Dios nos hace igual a Él al impartirnos Su vida y Su naturaleza. En 2 Pedro 1:4 leemos que hemos llegado a ser “participantes de la naturaleza divina”. Juan 1:12-13 dice que hemos nacido, hemos sido regenerados, de Dios con Su vida.
Hemos nacido de Dios y hoy en día, por tener Su vida y Su natu­raleza, somos parcialmente como Él. Un día, cuando Él venga, sere­mos semejantes a Él plena y completamente.
Era maravilloso que David fuese un hombre conforme al corazón de Dios, pero no era suficiente. Dios desea que podamos testificar: “Yo no soy solamente una persona conforme al corazón de Dios. Yo soy Dios en vida y en naturaleza, mas no en la Deidad”. Por una parte, el Nuevo Testamento revela que la Deidad es única y que sólo Dios, Aquel quien únicamente tiene la Deidad, debe ser adorado. Por otra, el Nuevo Testamento revela que nosotros, los creyentes en Cristo, poseemos la vida y la naturaleza de Dios y que estamos llegando a ser Dios en vida y en naturaleza, mas nunca compartiremos Su Deidad.
 [En 2 Samuel 7] David quería edificar una casa de cedro para Dios, pero Dios, en Cristo, quería edificar Su mismo ser en David. Lo que Dios edificaría en David sería tanto la casa de Dios como la casa de David.
Es menester que nos demos cuenta de que Dios obtiene Su habitación, no por nuestras propias obras, sino porque Él la edifica. Cristo edifica la iglesia (Mt. 16:18) al entrar en nuestro espíritu y extenderse de ahí a nuestra mente, parte emotiva y voluntad, a fin de ocupar nuestra alma completamente. Entonces la iglesia se convierte tanto en la habitación de Dios como en la nuestra. Esto es lo que necesitamos, y esto mismo deseamos recalcar.
No es necesario que edifiquemos nada para Dios. Más bien, lo que Dios en Cristo desea es forjarse dentro de nosotros como vida, naturaleza y esencia. Finalmente, el Dios Triuno llegará a ser nuestra constitución intrínseca. Seremos constituidos con el Dios Triuno. Esto será la descendencia de David y el Hijo de Dios, algo divino y humano que satisfará la necesidad de Dios y la nuestra de tener una morada mutua. La Nueva Jerusalén es la consumación de esta morada mutua, y todos estaremos allí.
En 2 Samuel 7 se nos revela una profecía por medio de la tipología, en la cual vemos que no necesitamos edificar algo para Dios. Sencillamente no tenemos la capacidad para ello. No podemos edificar nada para Dios con nuestros propios esfuerzos ni con nuestro conocimiento bíblico o teológico. Lo que necesitamos es que Dios edifique a Cristo en nuestra constitución intrínseca para que todo nuestro ser sea reconstituido con Cristo. Como resul­tado, no sólo producirá un cambio en nosotros, sino que nos transformará de una clase de persona a otra.
Ahora entendemos que 2 Samuel 7 indica sencillamente que Dios no necesita que edifiquemos algo para Él. Nosotros no somos nada, ni tenemos nada, ni podemos hacer nada. Por consiguiente, necesitamos que Cristo se forje en nuestro ser.
A estas alturas debemos definir una vez más la economía de Dios. La economía de Dios consiste en que Dios, en Cristo como Su corporificación, se forje en nosotros. Cristo pasó por la muerte y la resurrección, y por medio de éstas llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Ahora debemos permitir que Dios forje a Cristo como Espíritu en cada parte de nuestro ser. Cuanto más se lo permitamos, más podremos afirmar: “Para mí el vivir es Cristo”,­ y “con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Fil. 1:21; Gá. 2:20).

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