domingo, 31 de diciembre de 2017

El Espíritu es el que da vida

Jn. 6:63
El Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida.
1 P. 2:2
Desead, como niños recién nacidos, la leche de la palabra dada sin engaño, para que por ella crezcáis para salvación.
La palabra de Dios no es principalmente para impartirnos cono­cimiento. En este breve pasaje de la Palabra (He. 5:11-14) encontra­mos una contradicción. El versículo 12 usa las palabras maestros y enseñar. Esto ciertamente se refiere al conocimiento. Sin embargo, en estos versículos se indica de una manera clara y definitiva que la palabra de Dios tiene como finalidad nutrirnos, pues compara a Su palabra con la leche y con el alimento sólido. La leche y el ali­mento sólido no son útiles para impartirnos conocimiento. La gente no los estudia, sino que más bien los ingiere como alimento.
Muchos me han argumentado diciendo: “¿Cómo puede usted decir que no necesitamos enseñanzas? ¿No cree usted que la Biblia es un libro de enseñanzas? Aun usted mismo imparte enseñanzas”. Es cierto que la Biblia es un libro de enseñanzas, pero el propósito de dichas enseñanzas no es impartirnos conocimiento intelectual, sino más bien, suministrarnos alimento. El objetivo de la Biblia no es que obtengamos un entendimiento o conocimiento mental, sino que es absolutamente para nuestra comprensión y nutrición espirituales. Según las palabras del Señor Jesús, las palabras de Dios nos han sido dadas para que las comamos. A fin de vivir, debemos tomar la palabra de Dios como nuestro alimento.
 [En Mateo 4] el Rey recién ungido no hizo frente a la tentación del enemigo con Sus propias palabras, sino por medio de las Escrituras al citar Deuteronomio 8:3. Esto indica que el Señor Jesús tomó la palabra de Dios en las Escrituras como Su pan y vivió de ella. La pala­bra griega traducida “palabra” en Mateo 4:4 es réma. Réma, la palabra para el momento, difiere de lógos, la palabra constante. En esta tentación, todas las palabras que el Señor citó de Deutero­nomio, eran lógos la palabra constante de las Escrituras. Pero cuando Él las citó, se convirtieron en réma, la palabra para el momento aplicada a Su situación. (Estudio-vida de Mateo, pág. 137)
Cristo, el pan de vida, está corporificado en la palabra de vida. Él es el Espíritu corporificado en la Palabra. Además del Espíritu, el cual es maravilloso, tenemos necesidad de algo sólido, visible, tangible y palpable: la palabra de vida.
En Juan 6:63 “las palabras” vienen después del “Espíritu”. El Espí­ritu es viviente y verdadero, no obstante es misterioso e intangible y, como tal, difícil de ser captado por la gente; pero las palabras son concretas. Primero, el Señor indica que para poder darnos vida, Él llegaría a ser el Espíritu. Luego, Él dice que las palabras que Él habla son espíritu y vida. Esto muestra que las palabras que Él habla son la corporificación del Espíritu de vida. Él ahora es el Espíritu vivificante en resurrección, y el Espíritu se halla corporificado en Sus palabras. Cuando recibimos Sus palabras al ejercitar nuestro espíritu, obtenemos al Espíritu, quien es vida.
En 1 Pedro 2:2 se nos dice: “Desead, como niños recién nacidos, la leche de la palabra dada sin engaño, para que por ella crezcáis para salvación”. Los creyentes, al nacer por medio de la regeneración (1:3, 23), llegan a ser niños recién nacidos que, al ser nutridos por la leche espiritual, pueden crecer en vida para avanzar en su salvación, la cual tiene por finalidad el edificio de Dios.
La expresión sin engaño, hallada en 1 Pedro 2:2, no quiere decir “no adulterada”, lo cual estaría en contraste con enseñanzas menos puras; más bien, esta expresión está en contraste con la palabra engaño mencionada en el versículo 1. La leche dada sin engaño es leche que se da sin ningún propósito encubierto, sin ninguna otra meta que la de nutrir el alma.
La palabra griega traducida “de la palabra” es logikós. Esta misma palabra, traducida “racional” en Romanos 12:1, es un adjetivo derivado del sustantivo lógos que significa “palabra”, y por ende, “de la palabra”; relativo a la mente (en contraste con el cuerpo), al raciocinio, y por consiguiente, racional, lógico, razonable. La leche de la palabra no es leche para el cuerpo, sino leche para el alma, el ser interior. Es transmitida en la palabra de Dios para nutrir nuestro hombre interior por medio del entendimiento de nuestra mente racional, y es asimilada mediante el uso de nuestras facultades mentales.
El Señor nos siga iluminando cada día conforme al deseo de Su Corazón.

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